Carancho cordillerano del sur. Foto: Sebastián Saiter.

 

Las aves rapaces han sorprendido, ayudado y fascinado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Desde las antiguas civilizaciones las aves rapaces, para bien o para mal, han atraído el interés del ser humano. Ejemplos destacados han sido los halcones, hábiles cazadores de presas de su misma categoría, a las que capturan en veloces caídas libres. Conocidísima es la divinidad egipcia Horus, el dios-halcón al que, posteriormente, los griegos llamaron Hor-Hur. En tiempos modernos, empero, los hábiles halcones fueron entrenados por los cetreros para la caza de aves para el consumo humano. Las águilas, solitarios cazadores alados de las alturas y dotados de una gran capacidad visual, han sido siempre los representantes de la fuerza y la astucia. Lamentablemente, en nuestra mitología, varias especies de aves rapaces diurnas y nocturnas han sido asociadas con la fatalidad y lo funesto.

Muchas aves consumen a otros animales, pero no todas son consideradas aves de presa, aunque en un sentido estricto si mata a otro animal para comer debiera serlo. Sin embargo, el apelativo «ave rapaz» se reserva para aquellas aves que tienen ciertas adaptaciones, como picos curvos y cortantes adaptados para desgarrar y garras aceradas para atrapar o matar a sus presas. La palabra proviene del término latino rapere, que significa ladrón, y que da cuenta de la visión que de estas aves ha tenido el ser humano. Sus adaptaciones, para atrapar presas, no se limitan a sus picos y garras, también han desarrollado sorprendentes adaptaciones en su sistema de percepción tanto visual como acústico, así como en sus diseños alares, lo que les ha permitido estar presentes en todos los continentes, excepto la Antártica. Estas diversas adaptaciones les han permitido ocupar diferentes hábitats para proveerse de alimento, desde humedales con ofertas de peces, que aprovecha el águila pescadora Pandion haliaetus, pequeños mamíferos de la densa selva valdiviana para el concón Strix rufipes a insectos de agroecosistemas, intensamente aprovechados por el pequén Athene cunicularia.

 

Para la ciencia, las aves rapaces han servido de excelentes organismos modelo para el estudio de la estructura y dinámica de las poblaciones y las comunidades ecológicas. De hecho, en nuestro país ha habido una fascinación por su estudio. Esto último, probablemente, debido a que estos alados cazadores, al ser depredadores de alto nivel trófico, con frecuencia suelen ser especies «clave» (su ausencia o remoción disminuye la diversidad de las comunidades de presas), especies «paraguas» (con amplios territorios de caza y, por tanto, con grandes requerimientos de hábitat) y especies controladores biológicos (útiles en el control de plagas, como la lechuza blanca que depreda sobre el reservorio del Hantavirus en Chile). Pese a lo anterior, aun muchas de las aves rapaces nacionales se encuentran con problemas de conservación.

Las aves rapaces son el sumidero de todos los bienes y males que entregan los ecosistemas. En el caso de los males, por ejemplo, si se aplican biocidas para controlar especies plagas (ya sean insectos, ratones o conejos), ellos eventualmente son ingeridos por las rapaces y pueden matarlas. Al inhabilitar o matar dichas aves, empeora la situación de la plaga que se quería controlar, haciéndose necesaria la aplicación de mayores dosis de biocidas a mayor frecuencia, en una espiral de nunca acabar. Precisamente por estas características es que este tipo de aves son tan valiosas como indicadores sensitivos de la salud de los ecosistemas.

 

Tucúquere magallánico. Foto: Heraldo Norambuena.

 

Las aves rapaces de Chile son 35 especies (7,5% de las aves chilenas), las rapaces diurnas actualmente se encuentran clasificadas en los siguientes órdenes: Cathartiformes con cuatro especies, Accipitriformes con 14 y Falconiformes con 10 especies; las rapaces nocturnas, orden Strigiformes, suman siete especies. Cuatro especies pertenecen a la familia Cathartidae o buitres del nuevo mundo, una a la monotípica familia Pandionidae (águila pescadora), 13 especies pertenecen a la familia Accipitridae, que comprende águilas, aguiluchos y varis, y 10 especies son Falconidae o halcones, incluyendo cinco especies de caranchos o tiuques.

 

Cernícalo americano. Foto: Pablo Cáceres.

 

De las 35 especies solo seis tienen registros accidentales (jote de cabeza amarilla Cathartes burrovianus, vari huevetero Circus buffoni, aguilucho piquiancho Rupornis magnirostris, aguilucho de Swainson Buteo swainsoni, halcón reidor Herpetotheres cachinnans y halcón de pecho anaranjado Falco deiroleucus). Las otras 28 especies son regularmente observadas en nuestro país, 27 de estas se reproducen dentro de los límites territoriales (solo para el águila pescadora Pandion haliaetus, no existen registros de reproducción en Chile). Si consideramos las 28 especies regularmente encontradas en Chile, las regiones del centro sur del país son las que tienen la mayor riqueza de especies, con 23 a 24 especies registradas entre las Regiones de Valparaíso y de Los Lagos. En las Regiones extremas, los valores disminuyen con 18 a 19 especies para las Regiones de Arica y Parinacota, de Tarapacá, de Antofagasta y de Magallanes.

Mas información en: http://www.ceachile.cl/lechuzablanca/